Medir la huella de carbono es una de las primeras entradas al camino de la acción climática y la gestión de sostenibilidad. Hay distintos tipos de medición: desde la huella de carbono de una empresa u organización, la huella de carbono de un producto específico, hasta la huella de carbono de un evento. Como se sabe, los gases de efecto invernadero (GEI) son diversos: los naturales, dióxido de carbono, óxido nitroso y metano; y los industriales: los hidrofluorocarbonos, perfluorocarbonos, el hexafluoruro de azufre y trifluoruro de nitrógeno.
Para medir la huella de carbono, todas las emisiones de esos distintos gases son transformadas a una medida estándar internacional: las toneladas de dióxido de carbono equivalente (TCO2e)
La idea central de medir la huella de carbono es obtener el dato de cuántas toneladas de dióxido de carbono equivalente se han generado en una determinada operación (organización, producto o evento) en un periodo específico. Con el hallazgo de esa cifra, se abre la posibilidad de elaborar un plan o una estrategia para reducir las emisiones, adaptar el sistema de funcionamiento de una organización o los mecanismos de producción de un bien o servicio y para neutralizar las emisiones.
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